“El que muriera no prueba que hubiese vivido”, Stanislaw Jerzy Lec.
Desde los comienzos de la humanidad, la muerte, como todo lo desconocido, ha despertado en el hombre una mezcla de miedo y obsesión. Ese miedo tiene su origen en que la especie humana es la única que es consciente de que va a morir desde el momento en que tiene uso de razón y en que existe una dicotomía entre la certeza de la muerte y la incertidumbre de la vida.
El desconocimiento acerca de lo que ocurre más allá de nuestra existencia en este mundo ha motivado el desarrollo de diferentes creencias y ricas mitologías. A su vez, tanto el miedo como las creencias que surgieron a partir de él han sido utilizados por instituciones religiosas, políticas y sociales para dominar a poblaciones cada vez más grandes y diversas.
La mayoría de las creencias, religiosas o no, definen a la vida a partir de la muerte. Sin embargo, el arte de vivir debería exceder al mero hecho de conservar las funciones vitales. Hay quienes viven eternamente por la fuerza de sus actos o de sus ideas y quienes mueren sin siquiera haber vivido. Aquellos que se dejan paralizar por el miedo a la muerte y viven presos del miedo y la inseguridad, incapaces de correr riesgos, suelen no dejar rastros de su existencia en este mundo, sólo se limitan a existir y a ver pasar la vida por delante de sus ojos. Por el contrario, los que logran enfrentar ese temor tan instintivo y se enfrentan a la incertidumbre con valentía llegan a comprender el verdadero significado de estar vivo.
Es tiempo de empezar a encarar la vida no sólo como un derecho sino también como una responsabilidad hacia nosotros mismos y hacia la sociedad en la cual estamos inmersos. Esa responsabilidad no puede ser forzada por una institución de ningún tipo sino que tiene que surgir desde el propio convencimiento de que hay que procurar no una vida más extensa, sino una más digna y significativa, ya que lo realmente atemorizante no es morir sino que cuando la muerte nos sorprenda nos demos cuenta que no hemos vivido.
Dr. Sergio A. Morado